En nuestra sociedad, al
hablar del concepto de amor, lo
primero que se nos viene a la mente es el amor apasionado o enamoramiento, esa
fase de enajenación mental transitoria, en la que la toma de decisiones
importantes conviene no ejecutar, ya que a la persona amada la percibimos de
forma idealizada, vertiendo en ella nuestros deseos, ilusiones y preferencias.
Ese tiempo de mutuo
conocimiento en el que los momentos parecen mágicos, de cuento, varía a lo
largo de toda relación sentimental en su forma y contenido, aunque en ocasiones
deseamos permanecer enamorados toda una vida. ¿Es esto posible?
En términos de
Sternberg (1949), psicólogo estadounidense, existen varias formas de amor: el
amor fatuo (que se caracteriza por la unión de la pasión y el compromiso), el
amor romántico (unión entre la pasión y la intimidad), el amor sociable
(compromiso e intimidad), y el amor completo (pasión, intimidad y compromiso). ¿Es
posible mantener el amor completo a lo largo de los años en algo tan complejo
como una relación interpersonal?
Numerosas veces caemos
en la trampa de pensar que ese enamoramiento se mantendrá intacto de por vida,
que la persona que nos ama nos querrá tal y como somos siempre, y que no es
necesario cuidar y mimar esa área al igual que cuidamos la salud o el trabajo.
Tras el establecimiento
de la relación llegan periodos en los que los objetivos comunes marcados pueden
hacerse cuesta arriba: hipoteca, trabajo, hijos, familia… ¿Cómo conseguir
abordar de forma efectiva satisfacer la relación de pareja al mismo tiempo que
las horas de trabajo ocupan casi por completo tu día a día o cuando en la
crianza de los hijos surgen múltiples posturas opuestas? En esos momentos el
binomio hasta ahora inquebrantable puede comenzar a peligrar.
Desde luego no existe
una receta mágica para mantener el amor completo del que hablaba Sternberg en
tu teoría triangular sobre el amor, pero los estudiosos de las relaciones de
pareja indican componentes que sin duda ayudan en esa ardua tarea: ayuda mutua,
respeto, cariño, comunicación, ocio compartido, complicidad, escucha activa,
fomento de los mapas de amor, altruismo y sobre todo, dedicación.
Conseguir que el tiempo
compartido sea placentero y agradable, relajante y gratificante, requiere esfuerzo:
comunicar sentimientos y opiniones sin reproches al otro y en el momento
oportuno, escuchar sin interrumpir, preguntar qué tal le ha ido al opuesto en
su día, cuidar y proteger ante las dificultades, expresar en términos “yo me
siento” y no “tú me haces sentir”…
¿quién dijo que las parejas bien avenidas que mantienen su amor durante años no
trabajaron estos conceptos, aunque seguramente sin ponerles nombre?
Cada vez en las consultas de psicología se trabaja más
en el campo de las relaciones de pareja, cuando dos seres que se aman (o se
amaron) se han convertido en dos completos desconocidos antes las exigentes
competencias que la vida nos tiene preparadas, y no pueden continuar adelante,
sin la ayuda de un tercero, experto en la materia. Lo primero es evaluar si esa
pareja tiene probabilidades de resurgir, o por el contrario, la mejor solución
es la separación.
Cuando el terapeuta
determina que aún quedan opciones, llega la hora de trabajar. Aprender a
conocer nuevamente a la persona que en la actualidad tenemos al lado, y que
seguramente ya no es exactamente igual que la que conocimos hace 20 años,
descubrir términos nunca escuchados, prestar atención a pequeñas cosas que
antes considerábamos nimiedades, tener
en cuenta los deseos y sentimientos de ese otro que duerme a mi lado desprendiéndome de mi individualismo egoísta, y dedicarle tiempo, ese tiempo que a
veces se nos escapa de las manos sin darnos cuenta y que puede determinar en
gran medida nuestro futuro y bienestar.
Isabel Extremera,
Psicóloga Sanitaria.
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