miércoles, 19 de agosto de 2015

ME GUSTABA MÁS MI VIDA DE ANTES

- Mamá, me gustaba más mi vida de antes….

- ¡Claro hijo! Y a mí me gustaría poder estar de vacaciones todo el año….

Todo aquel que en primera instancia pudiera elegir entre conseguir beneficios gratuitamente o
estar en la obligación de realizar un esfuerzo para tal fin, se quedaría con la primera de las
opciones. Es algo habitual si contemplamos el hedonismo del ser humano.

Pero bien, ¿es eso lo que realmente queremos para nuestros hijos? ¿Verdaderamente
deseamos que sean personitas que puedan conseguir todo aquello que deseen sin realizar
ningún tipo de esfuerzo? O por el contrario, ¿deseamos prepararlos para afrontar una futura
vida en la que todo, material e incluso intangible, suponga algún tipo de coste (económico o
no)?

Ésta, amén de muchas otras, es la lucha continua de los padres y educadores.

En la obnubilación mental y proceso social de dejarse llevar por el consumismo en el que
inevitablemente vivimos, muchos progenitores caen el error de pensar “cuantas más cosas
tenga mi hijo, más feliz será” o, “si el amigo de mi hijo tiene la Play-Station 4, ¿por qué el mío
no?”

Y digo error, porque si analizamos aquello a lo que llamamos felicidad, podemos encontrar en
numerosas investigaciones una breve definición, no fácil, ya que es un término subjetivo, pero
del que se puede hablar como “aquello con lo que contamos para cubrir nuestras necesidades
básicas”. ¿Y qué son nuestras necesidades básicas? En términos de Maslow (1908-1970)
psicólogo humanista, son necesidades fisiológicas (alimento, sexo, sueño), necesidad de
seguridad (salud, moral, empleo), necesidad de afiliación (amistad, afecto), necesidad de
reconocimiento (confianza, respeto, éxito) y necesidad de autorrealización (creatividad, falta
de prejuicios, resolución de problemas).

Bien, no existe una correlación positiva entre la cantidad de bienes y la felicidad.

Partiendo de esta base, ¿por qué nos empeñamos en acumular dinero, ropa, coches, casas?
¿Nos hace eso más felices? Y sobre todo, ¿cómo estamos enseñando a nuestros pequeños a
conseguir aquello que desean en la vida? ¿De forma gratuita, o requiriendo un esfuerzo?

Cuando la comunicación verbal comienza en los niños, en torno a los 12 meses, comienzan las
demandas, las peticiones, es un proceso de desarrollo normal. La cuestión está en cómo
gestionan los padres esas demandas de sus hijos, ¿ofrecemos todo para que por fin se callen y
nos dejen descansar después de un duro día de trabajo? (algo que en términos de psicología
conductual llamamos la trampa del reforzamiento negativo), o por el contrario, ¿les
enseñamos que para conseguir aquello que desean se han de cumplir una serie de normas y
dosificamos los premios, aunque ello nos cueste tiempo y esfuerzo?

¿A qué nos referimos cuando hablamos de normas? A la adquisición de conductas y hábitos
funcionales en los niños, al desarrollo de su autonomía, a enseñarlos y ayudarles a crecer:
establecer rutinas de alimentación y sueño adecuadas, bañarse solos o casi solos, ordenar su
espacio, hacer los deberes, ayudar en las tareas del hogar….nada más lejos de lo que habrán
de hacer cuando sean adultos.

En la medida en la que enseñemos con esmero y paciencia a nuestros pequeños rutinas y
hábitos de vida saludables, y les mostremos el funcionamiento de la vida en la que se moverán
dentro de unos años, haciéndoles conscientes de que todo aquello que deseemos requiere
esfuerzo y sacrificio, tendremos unos niños más sanos mental y emocionalmente, con menor
intolerancia a la frustración, con mayor disciplina, responsabilidad y motivación intrínseca, y
por ende, más felices.

¿Y qué ocurre con los niños que están mal habituados o acostumbrados a tener una “vida fácil,
regalada”? El primer paso en todos estos casos, es el trabajo con los padres.

Bien es sabido que nadie nace sabiendo ser y actuar como padre, y que al igual que en el
colegio aprendemos matemáticas, en nuestro rol como padre/madre, hemos de aprender
algunos conocimientos para guiar ese proceso tan complejo que es la educación.

¡Afortunadamente es ser humano es maleable! Las conductas se aprenden y desaprenden,
pudiendo adquirir otras nuevas. Y al igual que con los pequeños podemos variar su estilo de
vida, mediante programas de técnicas de modificación conductual, siempre llevadas a cabo por
terapeutas especialistas en la cuestión, los adultos podemos desaprender el patrón educativo
que empleábamos hasta ahora con nuestros hijos para sustituirlo por otro más eficaz, efectivo
y eficiente.

¿Es fácil? ¿Es rápido? ¿No cuesta mucho esfuerzo? ¿No requiere mucho tiempo? La respuesta
es negativa, pero precisamente en ello consiste este artículo, en valorar si merece la pena ese
tiempo, ese esfuerzo, en la inversión que realizamos con nuestro hijos a la hora de educar.


Isabel Extremera,
Psicóloga Sanitaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario